viernes, 22 de enero de 2010

Haití: el testamento de la ONU

75.000 muertos, 250.00 heridos y 1.000.000 de personas sin hogar. Este es el dato definitivo de la catástrofe acaecida hace casi dos semanas en el país más pobre del continente americano, Haití.

Desde aquí quisiera lanzar un doble mensaje. Por un lado, quiero animar a todos aquellos que aun continúan con vida, dirigirme a ellos con la esperanza de todo empezará de nuevo, y que el tiempo borrará poco a poco el dolor de la tragedia.
Por otro lado, deseo lanzar una advertencia, como muchos otros han hecho ya, a las naciones que han prestado ayuda en esta hecatombe natural y humana.

A lo largo de estos días, hemos podido ver muestras de apoyo por parte de los gobiernos, de los partidos políticos y de los propios ciudadanos, quienes se han volcado con el dolor de la tragedia.
Hemos podido ver cómo Estados Unidos enviaba 10.000 de sus marines a salvaguardar la paz y el orden en un país necesitado de protección contra sí mismo. Hemos podido ver cómo Francia, de quien un día fue colonia el país americano, criticaba la acción por su “militarismo”. Hemos sabido que España contribuirá con un buque y 450 soldados. Hemos visto a Brasil, Estado sobre el que recaía la misión de la ONU en Haití, actuar de manera torpe frente a países como Estados Unidos, el eternamente criticado.
Pero, lo más duro y crítico, dada la situación, ha sido que hemos podido constatar lo que hace tiempo se viene temiendo: la Organización de las Naciones Unidas está desorganizada y ha quedado casi obsoleta.

En algún momento, a lo largo de todos estos años, hemos visto cómo la torpeza y el caos han hecho presa de la organización mundial, y las resultas han sido nefastas. Es cierto que la composición de la organización, que aspira a ser la primera organización por y para todo el planeta, la falta de efectivos propios, y la situación actual de desprestigio que está sufriendo, contribuyen de manera muy negativa a su estancamiento; así como al hecho de no sea capaz de dar una respuestas contundente a los grandes males de nuestro tiempo.

Ya lo advertí hace mucho tiempo en este mismo blog; y los expertos, desde hace una década: la ONU se reforma, o este será su testamento.
Tras más de 60 años cumpliendo con su misión en el mantenimiento de la paz, y asegurando un verdadero foro de debate y solución de conflictos, el viejo gigante está ya muy oxidado por la falta real de compromiso de los Estados, y una mala gestión de los recursos de la propia organización.

Irán, Corea del Norte, Afganistán…van pesando cada vez más en el corazón de oro del coloso, que ve como lo abandonan sus fuerzas y se desangra cada vez con más rapidez.

Se critica la actuación de Estados Unidos como se hubiera criticado su pasividad. Es cierto que el envío de tal cantidad de militares ha sido un golpe de efecto para la comunidad internacional; pero la única gran potencia que ha actuado con decisión, y es la más cercana a Haití.
Y mientras muchos se lanzan a despotricar contra Estados Unidos, la ONU sigue reclamando efectivos que tardan aun en llegar, los haitianos se mueren en las calles del país y en las puertas de sus derruidos hogares, y el drama empieza a adquirir tintes económicos cuando los países comienzan a hablar de la reconstrucción.

Las grandes potencias tienen un mayor deber, derivado del potencial que han adquirido a lo largo de la historia, un deber que no han sabido cumplir con total brillantez en esta ocasión…aunque de peor forma se ha actuado otras veces. Véase si no la agilidad y velocidad que Francia ha impreso a los procesos de adopciones para salvar cuantos niños se pueda, o que la República Dominicana a penas opone resistencia a los movimientos migratorios de la población del país vecino; o, repito, la rapidez y decisión con la que EE.UU. ha actuado para evitar el vandalismo y el pillaje.

No obstante, mientras las ayudas pueden por fin llegar a la desolada población tras el caos en los puertos y aeropuertos del país, es el momento de que la organización de organizaciones se mire a sí misma y decida cuál será su destino próximo si no quiere que todo acabe como tras la Sociedad de Naciones, a principios del siglo XX.

Una vez más, y para cerrar esta entrada, quiero enviar todo mi apoyo a las víctimas de semejante catástrofe.


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