viernes, 29 de enero de 2010

De putas con la SGAE

Bienvenidos una semana más a esta Tribuna de la Libertad. Hoy, como ya habéis podido comprobar, vengo a hablar de nuestra bien amada tortura china: la Sociedad General de Autores y Editores. Ese monstruo tragaperras, sediento de dinero a cambio de defecar baja cultura de autores de tres al cuarto, y explotar, con el beneplácito de un Gobierno tiránico al que veneran, las señas de identidad de una nación y su cultura.

Efectivamente, la SGAE, esa puta de lujo que se ha agregado a la sociedad española como agregan la arcilla los malos escultores en pos de obras imposibles, se dedica ahora a arrancar al ciudadano, consumidor de cultura, cada céntimo de su bolsillo para, y aquí está el truco, proteger a los artistas de pacotilla del expolio llevado a cabo por sus propios seguidores.

Mi ira es máxima cuando he leído que ahora cobran en las peluquerías por encender la radio y sintonizar canales de música con la que entretener a la expectante clientela que se arregla para disfrutar un poco aun en estos tiempos de crisis económica y moral.
Y mis desencuentros amorosos no son recientes con la sociedad de mil diablos, no.
Ya monté en colérico potro cuando me enteré de que en la localidad extremeña de Zalamea de la Serena, pretendían cobrar por la representación de la obra del magnánimo escrito español Pedro Calderón de la Barca, El alcalde de Zalamea.
Y cuando, ni cortos ni perezosos, decidieron meter sus pestilentes manos, enfundadas de blanco, a la Asociación Taller Cultural de Fuentepelayo por la representación de unas obras con fines benéficos para niños con discapacidad psíquica…sí, luego, tarde y de mala gana, pidieron disculpas… ¡no, basta ya, son los padres y madres de estos autores quienes deben pedir perdón a la sociedad española!

CD, discos duros, títulos, obras…hasta en las sopas nos aparece la SGAE. ¿Que la finalidad es la protección de los derechos de autor? Bueno, eso sería cuando fue creada en 1899 para evitar los abusos de los intermediarios en el mundo de los teatros; o cuando fue rebautizada en 1941; pero ahora, amigos, han ido demasiado lejos.

Cierto es que, si no protegemos nuestra propiedad intelectual, difícilmente podremos seguir disfrutando del arte, pues no son pocos los que viven única y exclusivamente de lo que son capaces de crear para el público, y alimentan y embellecen así el intelecto de los ciudadanos. Cierto es que hace falta poner medios para acabar con el expolio al que están siendo sometidas el arte y la cultura.
Sin embargo, no es menos cierto que esta situación se está tornando insostenible. Cuando se paga por consumir, nadie duda en la justicia del sistema; cuando se paga por aquello que nos define, como en el caso de la localidad pacense, empieza a pensarse en lo retorcidas que son las mentes de estos delincuentes legales.

No puede darse el caso de que sea demandado por recitar en la calle la Canción del pirata; o que, sin previo aviso, un tipo gris me obligue a pagar por representar, como manda nuestra tradición, el Don Juan Tenorio allá por el mes de noviembre… ¡No, esto está yendo demasiado lejos!

Pero claro, qué podemos hacer cuando España se convierte en un prostíbulo, el Gobierno en la madame; y los autores del dedo en la ceja, en las baratas fulanas que nos cobran precios de escándalo…nada, salvo seguir pagando por un servicio incompleto e involuntario.

O un boicot contra los productos de ciertos personajes públicos (lo juro, ahora acabo de darme cuenta de la posible doble interpretación) como en su día se hizo con las mercaderías catalanas.


Y luego nos toca aguantar las críticas de quienes afirman que la sociedad española no consume cultura.
Bueno, no me extraña; con la cara que sale de manera legal, tendremos que buscarla en el mercado negro… ¡caramba, por qué será que me recuerda a los peores años de la autarquía y el estraperlo!

No, francamente, yo seguiré devorando cultura, y llevaré orgulloso lo que otros hicieron y me representa; pero hasta aquí llegó la SGAE… ¡boicoteemos!...cuando cierren una página, abramos otra; cuando nos cobren por un CD, distribuyámoslo al por mayor; cuando tengamos ganas de escuchar música, tarareemos; y cuando nos vengan a reclamar por nuestro teatro, el que forma parte de nuestro acerbo cultural, no dudemos en responder, a la pregunta “¿Quién humilló al cobrador?”… “¡Fuenteovejuna, señor!”


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